Miro por la ventana como un hombre se acercaba, pero después cuando Roberto había hablado con él, el hombre se había largado, se notaba que no era del pueblo, o de lo que fuera ese lugar, ya que para Lorena ni a pueblo llegaba.
Decidió salir de su habitación, esos últimos días apenas lo había hecho para comer, y solo por insistencia de Carla.
Al bajar las escaleras se encontró con esta.
-Y eso, que milagro verte a esta hora.
-Si, voy a salir, aprovecho que el día esta hermoso.
-Si, lo esta.
-Bueno, vuelvo en un rato.
Había estado tentada de preguntarle si sabía algo de el hombre que había visto, pero era mejor no hacerlo, ya que Carla era demasiado curiosa y metida, aunque supiera parecer lo contrario.
Salio, que le interesaba de ese hombre, si era lindo, que más, andaba de andrajoso, bueno no, exageraba, su ropa no estaba rota, ni remendada, y sus zapatos no sabía como se veían sus zapatos, pero eso le hubiera confirmado si era una persona que por lo menos no era pobre, aunque por que reparaba en ellos, que le podía importar a ella, si ese hombre tenía plata o no.
Cuando se caando de recorrer, y que las afortunadamente pocas personas que pasaban la miraran y cuchichiaran entre ellas, que era la hija de Agnezzi, y que andaba haciendo, ya que nunca se dignaba a salir, y no quería pensar en que dirían de ella, se metió en el único almacén que había en el pueblo a comprar unos caramelos.
Y ahí se lo encontró.
Estaba sentado, con la mirada hacía la estación.
Le iba a preguntar a Juan, pero enseguida se contuvo, que tenía que andar ella averiguando, además el hombre podía darse ideas, y querer conquistarla, y de ahí vivir de lo que ella tenía, aunque claro, apenas si le quedaba la casa, y para vivir sin trabajar, pero eso seguía siendo mucho mejor que cualquier trabajo.
Después que el hombre la despachara, con impostados modales, se fue, fingiendo indiferencia.
A los pocos días se entero que el hombre se llamaba Esteban y que había empezado a trabajar en el almacén.
El trabajo no era duro, y la comida dependía de quien la preparara cuando lo hacia Francis estas eran una delicia, no sabía si por que eran tan ricas, o por que cuando ella estaba indispuesta las comidas de Juan no pasaban de maíz hervido o asado.
Francis, trataba sin que su marido notara para que no se pusiera celoso, de tratar lo mejor posible a Esteban ya que le gustaba tener a alguien más, Juan era callado, de lo poco que hablaba era de las cuentas, y de los pedidos que haría, a veces si ella le insistía mucho le comentaba alguna que otra cosa sobre lo que se comentaba en el pueblo de alguna mujer que había abandonado a su marido, pero lo hacía de una forma tan indiferente, que hacía notar, que esa historia, poco y nada le importaba, Esteban por otro lado si era observador, y aunque contaba con suma discreción para que Juan no pensara la de él, lo hacia mucho más interesante, aunque lo que contara fuera algo absolutamente intrascendente.
Verónica se seco el sudor que le corría por la frente, al estar encima de la olla hirviendo, tenía que meter los ravioles, vigilar la salsa, y en también la carne, los chicos más grandes etsaban jugando afuera, y los más chicos a la mesa, haciendo ruido, y el bebe llorando, ya era hora de darle la teta, pero no podía, y su marido que no llegaba, debía haberse quedado hablando en el almacen, claro, no podía estar con ella, ayudandola, no esas cosas no las tiene que hacer los hombres, entonces que tenían que hacer los hombres, dar ordenes, eso lo podía hacer cualquiera hasta una mujer, no las mujeres no podían, esas eran cosas de hombres, cada vez que escuchaba eso, un fuerte odio la embargaba.
Pero no tenía tiempo, ni siquiera para odiar, empezo a revolver.
Decidió salir de su habitación, esos últimos días apenas lo había hecho para comer, y solo por insistencia de Carla.
Al bajar las escaleras se encontró con esta.
-Y eso, que milagro verte a esta hora.
-Si, voy a salir, aprovecho que el día esta hermoso.
-Si, lo esta.
-Bueno, vuelvo en un rato.
Había estado tentada de preguntarle si sabía algo de el hombre que había visto, pero era mejor no hacerlo, ya que Carla era demasiado curiosa y metida, aunque supiera parecer lo contrario.
Salio, que le interesaba de ese hombre, si era lindo, que más, andaba de andrajoso, bueno no, exageraba, su ropa no estaba rota, ni remendada, y sus zapatos no sabía como se veían sus zapatos, pero eso le hubiera confirmado si era una persona que por lo menos no era pobre, aunque por que reparaba en ellos, que le podía importar a ella, si ese hombre tenía plata o no.
Cuando se caando de recorrer, y que las afortunadamente pocas personas que pasaban la miraran y cuchichiaran entre ellas, que era la hija de Agnezzi, y que andaba haciendo, ya que nunca se dignaba a salir, y no quería pensar en que dirían de ella, se metió en el único almacén que había en el pueblo a comprar unos caramelos.
Y ahí se lo encontró.
Estaba sentado, con la mirada hacía la estación.
Le iba a preguntar a Juan, pero enseguida se contuvo, que tenía que andar ella averiguando, además el hombre podía darse ideas, y querer conquistarla, y de ahí vivir de lo que ella tenía, aunque claro, apenas si le quedaba la casa, y para vivir sin trabajar, pero eso seguía siendo mucho mejor que cualquier trabajo.
Después que el hombre la despachara, con impostados modales, se fue, fingiendo indiferencia.
A los pocos días se entero que el hombre se llamaba Esteban y que había empezado a trabajar en el almacén.
El trabajo no era duro, y la comida dependía de quien la preparara cuando lo hacia Francis estas eran una delicia, no sabía si por que eran tan ricas, o por que cuando ella estaba indispuesta las comidas de Juan no pasaban de maíz hervido o asado.
Francis, trataba sin que su marido notara para que no se pusiera celoso, de tratar lo mejor posible a Esteban ya que le gustaba tener a alguien más, Juan era callado, de lo poco que hablaba era de las cuentas, y de los pedidos que haría, a veces si ella le insistía mucho le comentaba alguna que otra cosa sobre lo que se comentaba en el pueblo de alguna mujer que había abandonado a su marido, pero lo hacía de una forma tan indiferente, que hacía notar, que esa historia, poco y nada le importaba, Esteban por otro lado si era observador, y aunque contaba con suma discreción para que Juan no pensara la de él, lo hacia mucho más interesante, aunque lo que contara fuera algo absolutamente intrascendente.
Verónica se seco el sudor que le corría por la frente, al estar encima de la olla hirviendo, tenía que meter los ravioles, vigilar la salsa, y en también la carne, los chicos más grandes etsaban jugando afuera, y los más chicos a la mesa, haciendo ruido, y el bebe llorando, ya era hora de darle la teta, pero no podía, y su marido que no llegaba, debía haberse quedado hablando en el almacen, claro, no podía estar con ella, ayudandola, no esas cosas no las tiene que hacer los hombres, entonces que tenían que hacer los hombres, dar ordenes, eso lo podía hacer cualquiera hasta una mujer, no las mujeres no podían, esas eran cosas de hombres, cada vez que escuchaba eso, un fuerte odio la embargaba.
Pero no tenía tiempo, ni siquiera para odiar, empezo a revolver.
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