Recorrer o transitar por las escasas calles de Agnezzi era raro, ya que en donde estaba la casa de los Agnezzi estaba asfaltada, siendo la única, ya que hasta la manzana de la plaza, era de tierra.
Esteban se acerco hasta la misma, no sabía como pedir trabajo, todos esos años los había pasado al lado de su familia, iba con intención de tocar la puerta, aunque cuanto más se acercaba a ella, más lo intimidaba, su grandeza, lo recargada que estaba, con era una puerta que media por lo menos dos metros más que él, repleta de dibujos tallados, que le parecieron religiosos aunque no sabía si lo eran con exactitud.
Antes de que llegara, vio que un hombre se le acercaba, se notaba por su ropa que era de campo, aunque casi toda la gente del lugar lo eran, y el pueblo no eran más que unas casas, rodeadas de campo.
-Usted no es de acá.
-No soy de San Lorenzo.
-Ah, y a que viene.
Sintió unas profundas ganas de decirle, a usted que le importa, pero aunque las palabras del hombre le parecían entrometidas, la forma en la que hablaba, y su actitud, no lo era para nada, así que pensó mejor ser cortes con él.
-Buscando trabajo, la cosa esta dura en San Lorenzo.
-La cosa esta dura en todos lados muchacho, y aquí también, no te creas que por que no hay nada esto es una isla, acá, tampoco ahí trabajo, si hubieras venido hace unos años, capaz y si te veían de confianza te ofrecían levantar la cosecha, pero ahora, que te van a ofrecer, si los Agnezzi se quieren dedicar a no se que maquinas que fabrica que tienen en la capital, además de los hijos nunca viene por acá, y Don Roberto, esta enfermo el pobre, no querido, va a estar complicado conseguir trabajo acá, pero usted vera.
Que veré, sino tengo ni siquiera donde dormir.
Llevaban seis meses con el almacén, este les daba para poder comer, y ahorrar, unos pocos peses, con los que pensaban agrandar la pequeña casa que tenían, Francis estaba embarazada, de cinco meses, el embarazo había tenido complicaciones por lo que tenía que pasar casi todo el día en cama, lo que hacia que tanto que ambos estuvieran mal, ya que Juan odiaba hacer las cosas de las casa, por que las consideraba un asunto exclusivo de la mujer, así que lo hacia mal, Francis se sentía una inútil, teniendo que estar acortada o sentada todo el día, y viendo como su marido sin decir nada, igual con la mirada le reprochaba como si ella tuviera la culpa de no poder hacer las cosas, por débil o perezosa.
Cuando Juan estaba por cerrar, llego un muchacho al almacén y le pidió un chocolate.
Al ver la forma desaforada en que lo comía, le dijo.
-Eso no te va a calmar el hambre.
-Acá no hay un lugar para comer, y si lo hubiera no lo podría pagar, solo me alcanzó para esto, y para pagarme el pasaje.
Juan a veces era un hombre taciturno, y otras bastante conversador, según el humor que tuviera, ese día, estaba conversador por la curiosidad, además de que no quería volver a su casa, y ocuparse y preparar la comida, y después limpiar la cocina, prefería hacer esas cosas lo más tarde posible, para que el cansancio le ganara a las frustración.
-Tiene algún pariente por acá.
-No, soy de San Lorenzo.
-Lindo lugar, eh.
-Si, pero no ahí trabajo.
-Aquí tampoco se crea que hay mucho.
-Así parece.
Cuando el muchacho estaba encarando para irse, y el para despedirlo, se le ocurrió algo.
-Mucchacho usted como se llama.
-Esteban.
-Juan, quisiera saber si le gustaría trabajar, algo provisorio aquí, no crea que la paga es mucha, pero el trabajo tampoco.
-Que tendría que hacer, señor.
El hombre estaba por decirle que lo llamara Juan a secas, peor no quería darle tanta confianza a alguien que iba a trabajar para él.
-Bueno no mucho más de lo que hago yo, es que mi esposa esta embarazada, y viene complicado el asunto, vio, y usted tiene sabe leer, sabe hacer las cuentas.
-Si señor, tengo la primaria completa.
-Muy que bien, entonces, puede empezar.
-Es que no tengo donde quedarme.
-Bueno por hoy, yo le voy a acercar un colchón aquí, esta viejo, pero es mejor que nada.
Seis chicos, el mayor de ocho, esos eran los años que no dormía de verdad, y el recién nacido, tomando la teta, un año tras otro con un chico chupando la teta, con las uñas sucias por la mierda, refregando pañales, con los vestidos ya gastados de tanto refregar por los vomito, y sin tiempo siquiera de hacerse otro, por o que tenía que compralos hechos, y de los más baratos.
Faltaba poco para despertar al mayor y que fuera a la escuela, dejo al bebe en la desgastada cuna, todavía recordaba como Renzo la había construido, sentía que era otra vida, ya nada quedaba ni de esa mujer, ni de ese hombre, que tenía una grave neumonía.
Y aunque se sentía culpable y asquerosa al acordarse de que cuando lo habían diagnosticado con la enfermedad, diciéndole que no podía estar en la misma casa con su mujer, se había sentido aliviada de pasar por lo menos un años sin estar embarazada, sin otro cuerpo adentro, sin otra boca que le succionara las tetas, sin más llantos, sin tener que refregar pañales cagados.
El agua ya estaba, fue a despertar a su hijo.
Esteban se acerco hasta la misma, no sabía como pedir trabajo, todos esos años los había pasado al lado de su familia, iba con intención de tocar la puerta, aunque cuanto más se acercaba a ella, más lo intimidaba, su grandeza, lo recargada que estaba, con era una puerta que media por lo menos dos metros más que él, repleta de dibujos tallados, que le parecieron religiosos aunque no sabía si lo eran con exactitud.
Antes de que llegara, vio que un hombre se le acercaba, se notaba por su ropa que era de campo, aunque casi toda la gente del lugar lo eran, y el pueblo no eran más que unas casas, rodeadas de campo.
-Usted no es de acá.
-No soy de San Lorenzo.
-Ah, y a que viene.
Sintió unas profundas ganas de decirle, a usted que le importa, pero aunque las palabras del hombre le parecían entrometidas, la forma en la que hablaba, y su actitud, no lo era para nada, así que pensó mejor ser cortes con él.
-Buscando trabajo, la cosa esta dura en San Lorenzo.
-La cosa esta dura en todos lados muchacho, y aquí también, no te creas que por que no hay nada esto es una isla, acá, tampoco ahí trabajo, si hubieras venido hace unos años, capaz y si te veían de confianza te ofrecían levantar la cosecha, pero ahora, que te van a ofrecer, si los Agnezzi se quieren dedicar a no se que maquinas que fabrica que tienen en la capital, además de los hijos nunca viene por acá, y Don Roberto, esta enfermo el pobre, no querido, va a estar complicado conseguir trabajo acá, pero usted vera.
Que veré, sino tengo ni siquiera donde dormir.
Llevaban seis meses con el almacén, este les daba para poder comer, y ahorrar, unos pocos peses, con los que pensaban agrandar la pequeña casa que tenían, Francis estaba embarazada, de cinco meses, el embarazo había tenido complicaciones por lo que tenía que pasar casi todo el día en cama, lo que hacia que tanto que ambos estuvieran mal, ya que Juan odiaba hacer las cosas de las casa, por que las consideraba un asunto exclusivo de la mujer, así que lo hacia mal, Francis se sentía una inútil, teniendo que estar acortada o sentada todo el día, y viendo como su marido sin decir nada, igual con la mirada le reprochaba como si ella tuviera la culpa de no poder hacer las cosas, por débil o perezosa.
Cuando Juan estaba por cerrar, llego un muchacho al almacén y le pidió un chocolate.
Al ver la forma desaforada en que lo comía, le dijo.
-Eso no te va a calmar el hambre.
-Acá no hay un lugar para comer, y si lo hubiera no lo podría pagar, solo me alcanzó para esto, y para pagarme el pasaje.
Juan a veces era un hombre taciturno, y otras bastante conversador, según el humor que tuviera, ese día, estaba conversador por la curiosidad, además de que no quería volver a su casa, y ocuparse y preparar la comida, y después limpiar la cocina, prefería hacer esas cosas lo más tarde posible, para que el cansancio le ganara a las frustración.
-Tiene algún pariente por acá.
-No, soy de San Lorenzo.
-Lindo lugar, eh.
-Si, pero no ahí trabajo.
-Aquí tampoco se crea que hay mucho.
-Así parece.
Cuando el muchacho estaba encarando para irse, y el para despedirlo, se le ocurrió algo.
-Mucchacho usted como se llama.
-Esteban.
-Juan, quisiera saber si le gustaría trabajar, algo provisorio aquí, no crea que la paga es mucha, pero el trabajo tampoco.
-Que tendría que hacer, señor.
El hombre estaba por decirle que lo llamara Juan a secas, peor no quería darle tanta confianza a alguien que iba a trabajar para él.
-Bueno no mucho más de lo que hago yo, es que mi esposa esta embarazada, y viene complicado el asunto, vio, y usted tiene sabe leer, sabe hacer las cuentas.
-Si señor, tengo la primaria completa.
-Muy que bien, entonces, puede empezar.
-Es que no tengo donde quedarme.
-Bueno por hoy, yo le voy a acercar un colchón aquí, esta viejo, pero es mejor que nada.
Seis chicos, el mayor de ocho, esos eran los años que no dormía de verdad, y el recién nacido, tomando la teta, un año tras otro con un chico chupando la teta, con las uñas sucias por la mierda, refregando pañales, con los vestidos ya gastados de tanto refregar por los vomito, y sin tiempo siquiera de hacerse otro, por o que tenía que compralos hechos, y de los más baratos.
Faltaba poco para despertar al mayor y que fuera a la escuela, dejo al bebe en la desgastada cuna, todavía recordaba como Renzo la había construido, sentía que era otra vida, ya nada quedaba ni de esa mujer, ni de ese hombre, que tenía una grave neumonía.
Y aunque se sentía culpable y asquerosa al acordarse de que cuando lo habían diagnosticado con la enfermedad, diciéndole que no podía estar en la misma casa con su mujer, se había sentido aliviada de pasar por lo menos un años sin estar embarazada, sin otro cuerpo adentro, sin otra boca que le succionara las tetas, sin más llantos, sin tener que refregar pañales cagados.
El agua ya estaba, fue a despertar a su hijo.
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