miércoles, 13 de julio de 2011

Los hilos de Enilse/9) Los falsos principes del baile.

Sin duda era la que mejor relación había tenido con su madre, por lo menos en la infancia, de hecho viendo como había criado a sus hermanos, se sentía culpable de haber sido la preferida, ya que a los demás nunca les dedicó ni el tiempo ni la atención que a ella.
Durante toda su niñez, incluso después de nacer Saúl, su madre no dejaba de atenderla sobretodo exteriormente, le hacia vestidos, le compraba moños y cintas para el pelo, perfumes caros con los que prácticamente la bañaba antes de llevarla al colegio, y la valija bien lustrada.
Esa complicidad se mantuvo incluso en la pubertad, aunque ya en la adolescencia la imagen que Rebeca tenia de su madre se empezó a agrietar, la notaba hipócrita con su padre y con sus hermanos, a los que trataba mucho mejor y les brindaba más atención cuando había alguna visita. Que era controladora, y que seguía con su padre solo por el que dirán, sus palabras se le hicieron falsas, sus modos, sus sacrificios banales, empezó a alejarse a pasar más tiempo fuera, sobretodo en casa de sus amigas planeando la salida de los sábados. En una de esas salidas conoció a un muchacho que parecía salido de un cuento de hadas, atractivo y rico, su madre quedó encantada y le repitió varias veces que ojala ella hubiera tenido esa suerte.
-Julio, un abogado, la verdad me cuesta creerlo, mira si yo me hubiera casado con un abogado y no con un albañil, mejor ni pienso en eso, para qué, para amargarme más todavía. Pero vos tenes suerte, hija no vas a tener que hacer nada, pero igual controla todo, acordate que la esposa de un hombre así es a dueña y señora de la casa.
Quedó embarazada medio años después de casarse, durante los nueve meses aparte de la metamorfosis física, sufrió una en su matrimonio, descubrió que a su marido le era completamente indiferente, este se pasaba el día en su despacho, o en el escritorio, entre papeles hablando de juicios, o acuerdos, y cuando no, le gustaba encerrarse y escuchar música clásica o ir a jugar al golf, a ella le solía dedicar una mirada o cuando estaba contento una sonrisa y un beso por lo general en la mejilla y rara veces en los labios.
Rebeca no trató de retenerlo como le insistía su madre, al contrario, se fue alejando también, concentró su atención en su hijo, le preocupaba que le pasara algo, le dio de mamar hasta pasados los dos años, le enseñó a hablar, a caminar, a agarrar cada objeto, a leer y a escribir, cosas que cuando empezó la primaria ya sabia hacer, a los dos años de nacer el primer hijo estaba embarazada del segundo en los pocos encuentros que tenia con su marido, los cuales eran esporádico y fríos, él se posaba sobre ella, después de que Rebeca se desnudara, él nunca lo hacia, se baja el calzoncillos, a veces solo lo suficiente para sacar el pene y liberar los genitales, pero se dejaba la camiseta o remera puesta, según la estación, en lo demás los encuentros eran monótonos, repetitivos, rutinarios, no la besaba, no le decía nada, solo ponía su cara a un costado de la de ella, sin rozarla, lo hacia rápido, sin ganas, a veces le eyaculaba adentro, otras la sacaba antes y terminaba en uno de sus muslos, luego se tiraba del otro lado de la cama, mientras Rebeca se iba a bañar.
Con el segundo repitió las misma acciones que con el primero, y se alegró de que no se generará conflicto entre ellos, al contrario se llevaban bien, el mas grande trataba de cuidar al más chico en la medida de lo posible.
Tanto era su apego que empezó a dormir en la pieza de los chicos, juntando las dos camas y quedándose en el medio, le angustiaba las horas que estos estaban en la escuela, sus hijos se empezaron a cansar y a pasar más tiempo con sus compañero de colegio, cuando los confrontó, la trataron de absorbente de que por qué no hacia nada, de que los demás se burlaban de ellos, y que las otras madres la consideraban una loca.
-Podes creerlo.
-Claro, que querés que te dijeran, si es la verdad, pareces una loca, no estamos en guerra, nadie te los va a matar, deja a esos chicos o te van a salir maricones, todo el día estás con ellos, si siguen así se van a querer pintar la boca y usar tacos, de milagro no lo han hecho, y encima con el padre ausente, y no me mires así, si, yo te dije que te casaras con el, pero depende de una que el hombre se quede en casa.
-Papa prefiere comer un cacho de pan solo que un manjar con vos, y mejor no hablemos como sos como madre, así que no te vengas a hacer la experta, porque estás peor que yo.
Cuando los chicos entraron a la secundaria, Julio, le pidió el divorcio.

-Qué milagro por acá.
-Si molesto, me voy.
-No seas boludo, pasa, dame la bolsa.
Le dio un beso dejándole una marca violeta, que era el color del labial.
La casa de Nancy era pequeña como la de el, pero completamente diferente, estaba pintada de naranja, color que Saúl consideraba horrible, los muebles eran de caño, dados por la municipalidad por ser madre de más de siete hijos, sobre un aparador había un gran equipo musical, y a un costado estaba el televisor de pantalla plana.
él iba a sacarse las ganas, no solo de sexo, sino de compañía, la única que lo toleraba sin que tuviera que pagar como en la taberna, y que tampoco miraba el reloj para que se fuera como hacían sus hermanas, las escasas veces que se cruzaba con ellas en la calle, siempre ponían de excusa la falta de tiempo, Saúl hubiera preferido que por una vez aunque sea le dijeran la verdad, la falta de ganas.
Nancy volvió de buscar un destapador y los dos largos y anchos vasos, para las dos botellas de cerveza que había en la bolsa.
-Como se castigan los pobres, eh.
-Mi hija, salió mas viva que yo, el macho le da todo, yo le digo que aproveche y le saque todo lo que pueda, ahora que lo tiene re caliente, igual vos viste lo que es mi hija una muñeca, si este la deja por ahí hasta consigue otro mejor, ojala yo me hubiera visto así cuando era joven.
Sirvió la cerveza de forma acelerada y brusca, volcando gran parte cuando cambió de vaso aunque tenia uno al lado del otro, al darse cuenta mojó la punta de sus dedos sobre el liquido derramado y los sacudió sobre la cara de Saul.
-Qué haces, boluda, salí.
-Alegría, alegría.

Una de las primeras cosas que notó de Lautaro, es que era absolutamente metódico, sus encuentros por lo general eran en una quinta de Luján en medio de la llanura mas profunda, donde solo se divisaban algunos acacios y robles.
-Yo no me pregunto esas cosas, se lo dejo a la gente desocupada, o acomplejada, si querés queres una definición, soy bisexual, punto, me gusta acostarme con hombres y mujeres, no me lo cuestiono, no sé por qué soy así, ni me importa saberlo, no siento asco ni orgullo por esto, no me pienso separar, ni decírselo con mi familia.
Perdona si esto te ofende pero eso es para gente, no sé, medio pajera, a pajas mentales me refiero que importa el por qué, se es así, listo.
Le gustaba la seguridad de Lautaro, su fuerza interior, él decidía el día, la hora, el lugar.
Sh, shhhhhhh, era lo que mas solía escuchar de él, cuando le recriminaba algo, y él como si fuera un chico, se callaba, y se recostaba sobre su pecho.

Apretó tantas veces el botón verde como el rojo, hasta que por fin se lo metió en el bolsillo de forma definitiva, entró al auto y arrancó.
Los chicos se habían calmado, no puso el CD de música infantil que tenia sobre el asiento delantero porque escuchar las melodías y letras empalagosas de todas las canciones que contenía, le provocarían un ataque de nervios, sino el primer tema que escuchó mientras buscaba en el dial alguna radio y dio con una FM de Capital.
Mientras los chicos y ella tomaban sus respectivos helados, se dio cuenta que Liliana, la madre de una compañera de los chicos, estaba a dos mesas de distancia con su hija, ésta también se percató de su presencia y se acercó, los chicos se saludaron entre ellos, la mujer le dio un beso a Martina.
Los chicos casi terminaban el helado, y le pidieron si podían ir a jugar con Isabella a los juegos que había en el pequeño parque que tenia la heladería en la parte de atrás.
-Vayan.
Liliana se sentó, aunque Martina no la invitara o le hiciera alguna seña con la mano o la cabeza al respeto.
-Te enteraste, che, seguro que si.
- ¿Qué cosa?
-Lo de Daniel, anda con su secretaria, bah vos ya lo sabias, por eso te separaste, no, hiciste bien, sácale hasta las ganas de comer.
Martina vio la mirada de Liliana, expectante, ansiosa, quería saber si le acababa de dar una primicia y si no era el caso, escucharla puteando a Daniel, para luego irse y contárselo a las otras madres.

El vestido originalmente era por debajo de la rodilla pero decidió a ultimo memento recortarlo para que quedara apenas sobre estas, después de ponérselo y alzarse unos zapatos que la estaban torturando, se maquillo al verse en el espejo le dio asco ver lo recargada que estaba, ya que solo usaba labial para las fiestas, olvidando qué tonos y cuanta base ponerse, se lavó la cara, y volvió a agarrar los utensilios, prefirió no usar el delineador ya que se lo consideraba "muy de puta", decidió solo pintarse los labios, de rojo morado, y ponerse apenas maquillaje sobre las arrugas.
El sonido que hacían sus tacos por la vereda la ponía nerviosa, le parecían extraños y exagerados, al llegar al colectivo, las demás la miraron, ya que era la única que llevaba vestido, el resto iban pintarrajeadas, pero su vestimenta era absolutamente informal, en su mayoría llevaban jeans y remeras apretadas.
- ¿Estela, a qué gala vas?
-Bueno, perdón por no amatambrarme con un jean, mujeres grandes usando ropa de pendejas, vos Silvia por lo menos tenes una remera como la gente, pero ustedes no sé a donde van.
-Ha buscar machos.
Tuvo ganas de bajarse, pero pensó en que si lo hacia, estar con ese vestido, esos zapatos, y con las uñas pintadas y la cara maquillada, en vez de tomarse una pastilla se tomaría todo el frasco, varias veces había estado tentada de hacerlo, y ésta vez le parecía que la situación volvía la idea irresistible.
Ir vestida y pintada como iba, en un colectivo de más de dos décadas le resultaba grotesco, más cuando su cara se proyectaba en las ventanillas.
El lugar donde bajaron era un club de los años cincuenta, al entrar sus tacos resonaron sobre los mosaicos rojos y negros, el salón era de setenta de largo por sesenta de ancho, muy iluminado, había una barra a uno de los costados, los parlantes en otros, con música que pasaba de la cumbia melódica a los boleros, con un sonido fortísimo, un poco más al centro estaban las mesas, pero la mitad del lugar estaba vacía para que las parejas lo ocuparan.
Estela miro rápido la pista, las mesas, los parlantes, que le parecían horribles, y por último la barra,  apoyado sobre la misma estaba Fernando, este la miró, al verlo notó el grotesco parecido que mantenida con el veinteañero de su juventud. 

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