miércoles, 6 de julio de 2011

Los hilos de Enilse/8) Reproches pasados presentes.

El dulce ocaso primaveral, los tenues y anaranjados rayos del sol que se proyectaban sobre las verdes hojas de los paraísos blancos que rodeaban la cuadra por la que Saúl caminaba, al ver la placa con el nombre de Gonzalo y su mismo apellido y su rostro reflejándose en el bronce, lo hizo sentir grotesco y vulgar, pero decidió seguir, tocó el timbre que había debajo de la placa y la puerta se abrió.
La secretaria lo miró y en poco segundos lo reconoció, se puso pálida, le hizo un gesto con la cara de que se sentara, la mujer hablaba muy despacio casi susurraba por lo que no pudo escuchar nada.
Pasados unos minutos salió una mujer con el brazo enyesado, la agradable sonrisa que mostraba Gonzalo frente a esa ya anciana mujer, se desvaneció al ver a su padre, mantuvo a duras penas una mueca hasta que la señora salió, se dirigió a la secretaria en el mismo tono susurrante que ésta había empleado antes, ella asintió con la cabeza, tomó su bolso y se fue.
-Entra.
Saúl se sentó, antes que Gonzalo se lo pidiera o exigiera.
-No te vengo a pedir plata.
- ¿Entonces qué mierda querés?
-Hablar.
- ¿De qué?
-De tu madre.
La desafiaste indiferencia de Gonzalo, torno en angustia e ira.
-No podes hablar de ella, andate.
-Quiero pedirte perdón, bah ya sé que no me vas a perdonar, quiero decirte que me duele, que me siento una mierda, que se que fui...
-No necesito oírlo de tu boca, nunca lo necesité, desde los diez años sé que sos una mierda, o te olvidas cuando le gritabas a mama, cuando ella se tenia que hacer cargo de todo porque te gastabas el sueldo en la taberna de mierda esa, yo le pedí mil veces que se separara de vos, que nos fuéramos, pero la pobre infeliz te quería, mamá te amaba, siempre me pidió que tratara de comprenderte, que tomabas porque estabas enfermo. Qué paradoja no, cuando ella tuvo cáncer, vos peleabas por no pasarle un puto peso más de tu sueldo, si no fuera por la hipócrita de Rebeca, mama hubiera reventado mucho antes, nunca te importó un carajo, yo estaba ahí escuchando como se retorcía, como lloraba, se tapaba la cara o me echaba de la pieza para que no la viera así, le importaba más mi dolor que el de ella, y vos qué, con una puta o tomando, o lamiéndole el culo a tu patrón, no hables, escucha eso es lo único que podes hacer por mí, escuchar la mierda que te tengo que decir.
Fuiste un sorete, un hijo de puta, una mierda, rogué y ruego para que te agarre una cirrosis pero que no te lleve puta, que te revientes lentamente, me paso por el culo el juramento hipocrático con vos, por mí te podes estar reventando que no te voy a alcanzar un baso de agua.
Era lo único que podía esperar de esa visita, pero se la debía, nunca había enfrentado a su hijo, y sabia que escuchar esas palabras era lo único bueno que podía hacer por el.

Escribió tres discursos, Lautaro el secretario, asistente, mano derecha del intendente, les dio una rápida mirada, para luego posar sus ojos sobre los  anhelantes de Oscar.
-Están muy bien, excelentes, pero no van para un acto donde lo que menos le importa a la gente es esto.
- ¿Y qué mierda quieren?
-No te enojes, nadie te pidió contar la épica (si es que la hubo) de la independencia, solo unas pocas palabras sobre los próceres, poquito, palabras sobre el presente mezcladas con algo de historia, que seguiremos con los pasos dejados por ellos, etcétera.
Oscar reescribió el texto, terminado el año lectivo, Lautaro (convertido en intendente) se volvió a aparecer esta vez en la puerta de su casa.
- ¿Qué quieres que te escriba ésta vez, tu discurso inaugural, comparándote con algún prócer?
-Ja no, quiero ofrecerte la secretaria de cultura.
-Isabel Doraes ha hecho un buen trabajo, ademas es mucho más sociable que yo, no entiendo por qué me lo ofreces a mí.
-Porque te quiero cerca.
Enseguida se dio cuenta que hombre recientemente elegido intendente, autoritario, con una sumisa esposa y tres hijos, no había dicho esas palabras como lo diría un amigo o un socio, se le estaba ofreciendo.


-Quédense quietos, ya salimos, esperen que les ate los cordones.
-Papa lo hace mas rápido.
-Si lo hace más rápido.
-Okey, pero no están con papa, están con mama, les guste o no.
-A vos no te gusta.
La nena la miró desafiante.
-Deja de decir pavadas.
-No te gusta, sos mala.
-Rene terminala, quieren ir a la plaza y comer helado, bueno, pórtense bien.
En los juegos de la plaza, le demandaban subir al tobogán, a las hamacas, al trapecio, que moviera más rápido la calesita...
-No, para el subi-baja están chicos.
-Somos grandes.
-No, la terminan, basta están insoportables.
-Subi-baja.
-No, se hace tarde, vamos a tomar el helado que después si no van a estar llenos y no van a querer la cena.
-Subi-baja, mala.
-Al auto, vamos.
Colocó los cinturones de seguridad lo más fuerte que pudo, con la llave cerró las puerta del auto, una vez más tuvo que contenerse de no huir, apoyo los antebrazos sobre el techo del auto, junto con las llaves tenia el celular, y el número de Daniel.
No te voy a dar el gusto.

Siempre que compraba papel molde lo hacia por varios metros, aunque solo le encargaran un vestido, eso originaba que no supiera qué hacer con los metros restantes, esa vez si sabia, el vestido realizado o copiado para Silvia, le había dejado como siempre materiales de sobra, empezó a dibujar y a tomarse las medidas, le costó retomar el trabajo después de tomárselas, no tanto por el escaso crecimiento de sus caderas, o su cintura, sino porque dichas zonas no tenían nada que ver ni para el tacto, ni para la vista con la de sus veinte, dejó ese proyecto y se fue a cocer cuellos, colocar botones, hacer dobladillos, hasta que tuvo la paciencia y resignación de retomar el vestido.

Los dibujos eran otros, que francamente le parecían horribles en comparación con los de las sabanas de sus hijos, pero el volver a estar ahí, haciendo las camas le trajo imágenes difusas, habían pasado cuarenta años, siempre les contaba un cuento a sus hijos, pero se lo tenían que ganar, uno, diciéndole las tablas, y el otro, el abecedario, se sentaban en la cama y cerraban los ojos, como si al cerrar los párpados se activaran las neuronas, y por lo general esa manía, capricho o costumbre, funcionaba, y decían bien las tablas, o el abecedario.
-Viste tanto que decías, no yo los crió mejor, hay que ser didácticos con los chicos, entenderlos y no se cuantas pavadas más, y mira lo que te salieron.
Las palabras de su madre difuminaron el recuerdo, contrajo su rostro, coloco las colchas de forma mecánica, salió de la habitación esperando olvidar las palabras de su madre.

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