miércoles, 20 de julio de 2011

Los hilos de Enilse/10) Reencuentros de sombras y de luces.

No podía describir lo que sentía al volver a verlo, ahí estaba él, el primero, el único, el que le había dicho que la amaba, el que la había golpeado, el que le prometiera recorrer el continente en su moto, por el que se había diseñado y confeccionado un vestido, él.
Fernando se acercó, al tenerlo solo a dos metros de distancia  notó más su grotesca imagen, sus dientes amarillos, sus ojos enrojecidos, su pelo mal teñido, pero queriendo mantener el aspecto juvenil, que aunque se esforzara ya se había ido para siempre.
-Estás hermosa.
-Gracias.
-Querés tomar algo, dale, a ver si la memoria no me falla...un...gancia.
Estela miró a Silvia y a las demás que habían venido con ella, todas miraban anhelantes a diferentes hombres a los que se desvivían por atender, estos las miraban con sorna, dejándose hacer.
Son como prostitutas, esperando que el proxeneta las atienda, viendo si consiguen una sonrisa, un piropo, una caricia, que el tipo las acompañe a la casa, algunos hasta deben estar casados, y éstas infelices a la vejez viruela de amantes.
Al volver Fernando con el vaso de gancia lleno hasta el borde, que colocó en un apoya vasos frente a ella.
La cogería, le diría que haría todo como ella quisiera, que lo perdonara, que había sido un pelotudo por haberle pegado, la besaría, le sacaría la ropa suavemente, y al otro día le prepararía el desayuno, ella le diría que se fueran a vivir juntos, y él contestaría que no, y ella insistiría, hasta que él aceptara, y después lavarle, plancharle, darle todo el sueldo, y sobretodo esperarlo, cuando él volviera de estar con otras mujeres, o borracho, cuando la insultara o le pegara, cuando le llegarán las enfermedades, esperar hasta que él muera.
Recordó a su madre y los últimos años de vida de su padre, ambos odiándose, esperando que el otro muriera antes.

Su marido se iba a casar con una mujer veinte años mas joven. Odiaba quedarse en la casa ya le sobraba el tiempo para pensar, para recordar su fracaso como esposa y como madre, sus antiguas amistades o la ignoraban o la trataban con una condescendencia insoportable, solo una amiga que tenia desde la infancia la entendía y escuchaba.
Hasta que le llegó la plata de la mitad de una quinta que vendieran para realizar la división de vienes, la quinta era grande y estaba en un buen lugar por lo que la plata recibida fue bastante.
Pensó comprarle algo a sus hijos, pero sabia que eso solo incentivaría sus caprichos, y ya bastante se reprochaba lo superficiales que ambos eran.
- ¿No te gustaría empezar un proyecto?
-Claro, tan jovencita que soy.
-Cierto, sos una vieja de 35, déjate de joder, y no lo digo solo por vos, lo digo por mí, me encantaría dejar de aguantar al sorete que tengo por jefe.
-Yo no sé hacer nada, ni para tener un hogar sirvo.
-Déjate de echar tierra, y sabes qué, podríamos abrir una inmobiliaria.
- Estás loca, quien nos va a dar una casa a nosotras.
-La gente que no quiere que el viejo Tolosa les arranque la cabeza, o cuando se llevó por la venta de la quinta una fortuna, o no.
-Este pueblo es muy conservador, y nosotras no sabemos nada.
-La gente acá, como en todo el mundo no le gusta que le saquen la plata, y si nosotras podríamos regalarnos al principio, ponele, pedir de comisión la mitad que el viejo, vas a ver como conseguimos casas enseguida.
Rebeca solo había aceptado porque disfrutaba de que alguien la considerara importante, la escuchara, la tuviera en cuenta, también la revitalizó volver a estudiar, pasar el día junta con su hermana, entre fotocopias, facturas, mate o café, planeando qué casas serían las posible candidatas para ser vendidas por ella, y sobre todo qué local comprarían.
En un año y medio, tenían el local, algunos clientes, sobretodo conseguidos por Lucia cuyo poder de persuasión era absoluto.
La seguridad adquirida se reflejaba en su nuevo peinado, llevaba el pelo recogido, su vestimenta, pantalones de vestir, zapatos de tacos altísimos, y los labios siempre pintados.
Una de las tardes al volver de la inmobiliaria después de sentarse sobre uno de los sillones y descalzarse, para liberar a sus pies de la tortura que ejercían los tacos, mientras se sobaba los talones,  vio a sus dos hijos frente a ella.
-Mama, nos vamos a mudar con papa.

Se hundía en el cuerpo graso por dimensiones y tacto, esto último por todas las cremas que se ponía, un cuerpo que había parido diez hijos, un cuerpo lleno de estrías, celulitis, cicatrices hechas por las diferentes hombres, un cuerpo sudoroso, que se unía al de él, un cuerpo flaco, pálido, marchito, que sentía que en vez de semen largaría polvillo, ese polvillo que sentía en cada poro. Después del sexo ambos se tapaban vergonzosos de ellos mismo, y se daban vuelta para el otro lado de la cama como si lo que hubieran hecho fuera horrible.
Saúl cerró los ojos para no verla, ni a ella, ni a las paredes anaranjadas, respiraba por la boca para no oler su perfume barato, ni las cremas que ahora estaban impregnadas en su cuerpo, convietió sus manos en puños, para ni siquiera rozarla con la yema de un dedo, le hubiera gustado poder flotar para no tener que estar sobre las sabanas sucias y llenas de sudor. Para poder convencerse de que era superior al esperpento que tenía al lado, necesitaba creerlo, mentirse para que se fuera las ganas que tenía de suicidarse.

Nunca había vivido sola, de la casa de sus padres había pasado a vivir con una amiga, y de ahí a Hugo, su primera pareja, después Daniel, la casa era exactamente como Martina se la imaginaba, mediana, con dos  habitaciones, un pequeño living, una cocina comedor, un lavadero diminuto, y un patio que solo alcazaba para tender la ropa y donde no crezca ni una espina.
Igual después de pasar las primeras semanas pintando, y posteriormente eligiendo el lugar donde poner cada mueble, le costaba acostumbrarse a tener que hacer todo sola, también a tenderse la cama, lavar los platos, barrer, pasar el trapo al piso, limpiar los vidrios, pero sobretodo el no tener con quien hablar, el saberse sola cuando se iba a dormir sin que en la casa hubiera más presencia que la suya, las vacaciones estaban por empezar y el tiempo se le hacia eterno, empezó a ir al gimnasio, y a correr a la mañana y a la tarde.
-Hugo.
-Martina, que haces no era que preferías matarte de hambre con una dieta antes de hacer ejercicios.
-Vos tampoco eras muy deportivo que digamos.
-El corazón, demasiado Viagra.
El comentario de Hugo, más el haber trotado hizo que le agarrara dolor en una de sus costillas, se tuvo que sentar en el suelo para no caerse.
-Che, si vos sos viejo, yo también.
-El año que viene cumplo cincuenta, un pendejo no soy.

En los actos, siempre lo llevaba a el para que se sentara en uno de los palcos, junto con su mujer sus hijos, y la secretaria que también ostentaba el puesto de amante.
Miró a la mujer, sumisa, que lo miraba como un perro al que su dueño le concede el honor de acompañarlo, ahí aplaudiendo cuando tenia que hacerlo, asintiendo con una sonrisa en el rostro cuando decía algo coloquial, o una solemne, seriedad cuando decía algo comprometido.
La secretaria igual, creyéndose importante por el solo hecho de estar ahí, creyéndolo una conquista, mirándolo a él con sorna, doblando las piernas, y también aplaudiendo, sonriendo, y luego intentando que su rostro denotara seriedad, la segunda perra también entrena.
Y por último el tercer perro, el callejero, el que se tiene para satisfacer otras cosas, otras necesidades, también aplaudiendo, sonriendo y poniendo rostro serie, pero no por el discurso comprometido, sino por la soledad que sentía, por sentirse una cosa, por la dependencia económica, sentimental y moral que tenia hacia el, el salvador de los perros desahuciados.

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