Venían dos mujeres diferentes a ocuparse de él. Al principio le costó un montón acostumbrarse a recibir ayuda, odiaba depender de otras personas, depender de otros para levantarse, vestirse, caminar, etc. Odiaba no poder realizar ningún acto cotidiano por su cuenta. Le parecía una crueldad seguir vivo sin poder hacer nada por su cuenta. Al pasar las semanas fue aceptando su situación y muy de a poco, empezar a hacer lo posible por mejorar, aunque siempre tenía recaídas de animo. Nunca había sido alguien positivo, ni optimista, ni agradable. Pero se concientizó de que la única forma de no tolerar el tono condescendiente de una de las cuidadoras, y el irritante de la otra, era esa. Anhelaba su independencia, moverse por su cuenta. Cuando empezó los ejercicios se sintió frustrado por lo que le costaba levantar pesas de medio kilo, no podía creer la poca fuerza que tenía en sus brazos como para que realizar un acto tan simple y con un peso liviano le requiriera tanto esfuerzo.
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