En los últimos años se sucedieron tantas muertes a mí alrededor que parecía una necrología, Adriana, su hijo, y luego mis padres, murieron con 6 meses de diferencia, y la verdad que apenas me importó, con mis madre casi que nos habíamos vuelto amigas, de esas ancianas que una es bastante más joven que la otra, pero ambas tienen se saben viejas y que comparten una visión del mundo que si no igual, si es más parecida que el mundo actual es, y no sé si mejor o peor, pero es lo que uno conoce y a lo que uno se aferra, el paso del tiempo nos delata la obviedad de que envejecemos y estamos destinados a morir, nos va recluyendo, quitando capacidades, motrices, visuales, etc.
Por lo que cundo ella murió lo que más sentí es el conocimiento de mi propia muerte, lo mismo me había pasado con la de Adriana, el día se acercaba y lo único que podía hacer era tratar de pasar lo mejor posible hasta que llegara.
Decidí ver con Mauro varias películas que toda la vida habíamos querido ver, y que por alguna razón en su momento pospusimos, nuestros gustos cinematográficos eran bastante diferentes, a él le gustaban las comedias, mientras más ridículas y absurdas mejor, decía que el mundo era igual, pero en tragedia y que prefería ver cosas que lo hicieran reír, y el comentario cliché, que para llorar estaba la vida, yo que nunca he sido de ese tipo de comedias, no las disfrutaba, y entonces acordamos que cada cuál miraría sus películas en solitario, porque tampoco era la cosa de perder horas, tiempo que sabíamos ya se nos volvía escaso.
Por lo que yo me quedé con mis melodramas y mis thriller, siempre me han gustado ambos géneros.
Un día de primavera, ya en noviembre, empezaba a hacer calor, iba a ser la hora de cenar, le fui a avisar a Mauro, y lo encontré frente a la pantalla, esta estaba pasando los comentarios del director, al principio creí que estaba dormido hasta que lo toque, sentir su frente fría y saberlo muerto, pese a que era un anciano, y que ambos estábamos esperando que ese momento llegara sin saber a cuál le tocaría primero, me hizo temblar, sentarme en el suelo, agarrar su mano y apoyar mi mejilla izquierda sobre ella.
Llore, apague el televisor, no soportaba oír nada más que mi llanto, y recordar tantos momentos vividos con él, sentí una tremenda incertidumbre y soledad al saber que me había quedado sin la persona que había compartido más de 50 años conmigo, una unión por tanto tiempo, te convierte casi en uno mismo, estaba muriendo la mitad de mí, por más obvio que eso sonara, era así.
Me levante luego de no sé cuantos minutos, me costó, todo me costó muchísimo desde ese momento, llame a mis hijos, mi hija mayor me dijo que ella llamaría al hospital, porque yo no recordaba el número y no tenia las fuerzas para buscarlo.
El resto fue el ritual estúpido e hipócrita que se hace siempre, el horrible velorio, ir a la iglesia a escuchar al cura decir alguna cosa de la biblia, y luego el entierro, tal vez el único acto autentico y necesario de todo el ritual.
Por lo que cundo ella murió lo que más sentí es el conocimiento de mi propia muerte, lo mismo me había pasado con la de Adriana, el día se acercaba y lo único que podía hacer era tratar de pasar lo mejor posible hasta que llegara.
Decidí ver con Mauro varias películas que toda la vida habíamos querido ver, y que por alguna razón en su momento pospusimos, nuestros gustos cinematográficos eran bastante diferentes, a él le gustaban las comedias, mientras más ridículas y absurdas mejor, decía que el mundo era igual, pero en tragedia y que prefería ver cosas que lo hicieran reír, y el comentario cliché, que para llorar estaba la vida, yo que nunca he sido de ese tipo de comedias, no las disfrutaba, y entonces acordamos que cada cuál miraría sus películas en solitario, porque tampoco era la cosa de perder horas, tiempo que sabíamos ya se nos volvía escaso.
Por lo que yo me quedé con mis melodramas y mis thriller, siempre me han gustado ambos géneros.
Un día de primavera, ya en noviembre, empezaba a hacer calor, iba a ser la hora de cenar, le fui a avisar a Mauro, y lo encontré frente a la pantalla, esta estaba pasando los comentarios del director, al principio creí que estaba dormido hasta que lo toque, sentir su frente fría y saberlo muerto, pese a que era un anciano, y que ambos estábamos esperando que ese momento llegara sin saber a cuál le tocaría primero, me hizo temblar, sentarme en el suelo, agarrar su mano y apoyar mi mejilla izquierda sobre ella.
Llore, apague el televisor, no soportaba oír nada más que mi llanto, y recordar tantos momentos vividos con él, sentí una tremenda incertidumbre y soledad al saber que me había quedado sin la persona que había compartido más de 50 años conmigo, una unión por tanto tiempo, te convierte casi en uno mismo, estaba muriendo la mitad de mí, por más obvio que eso sonara, era así.
Me levante luego de no sé cuantos minutos, me costó, todo me costó muchísimo desde ese momento, llame a mis hijos, mi hija mayor me dijo que ella llamaría al hospital, porque yo no recordaba el número y no tenia las fuerzas para buscarlo.
El resto fue el ritual estúpido e hipócrita que se hace siempre, el horrible velorio, ir a la iglesia a escuchar al cura decir alguna cosa de la biblia, y luego el entierro, tal vez el único acto autentico y necesario de todo el ritual.
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