El lugar era muy diferente a lo que son las actuales farmacias, todas blancas y vidriadas dando la imagen de un ambiente séptico, antes se parecían más a un almacén con la diferencia de que vendían remedios, pero estéticamente coincidía mucho con estos.
Este en particular era bastante grande, unos 7 metros de largo por 7 de ancho, 3 de las 4 paredes estaban repletas de grandes frascos etiquetados.
Allí me atendió un mujer de unos 60 años, ya la conocía, ella por lo general era quien despachaba, la señora era muy simpática, me contó que necesitaban una empleada de 8 horas, 4 a la mañana de 8 a 12 y 5 a la tarde de 16 a 20.
Al día siguiente me llamó para decirme que me daba el trabajo, y que comenzaba mañana.
Esa noche apenas dormí, era un nuevo comienzo para mí, una especie de prueba, la primera vez que trabajaba fuera de mi casa, que ganaría un sueldo, mi propia plata, no sabia muy bien qué ponerme así que busque entre mi ropa lo que más se parecía a lo usaba Adriana, una de las dueñas de la farmacia junto con su hijo, estos consistían en ropa clara, clásica, vestidos o polleras hasta debajo de la rodilla, zapatos con taco bajo, una camisa también clara y el pelo recogido en un discreto rodete.
Mi ropa en general era oscura, peor tenia algunas prendas claras, me las probé y lo que mejor me lucía era un vestido color crema, lo convine con unos zapatos del mismo color y me ate una cola, ya que nunca me he sabido hacer peinados muy complicados.
Adriana me estaba esperando en la puerta de la farmacia, casi me asuste al verla, ya que eran las 8 menos cuarto, y yo pensé que mi reloj se había retrasado.
-Sabia que ibas a venir más temprano, es una costumbre cuando recién se empieza un trabajo, y no quería que te quedarás afuera, pasa, vamos a tomar un café.
Adriana me hizo pasar detrás del mostrador y me condujo por una puerta hasta un pasillo angosto donde había 5 puertas más, me llevo a la 2 de la derecha, donde estaba la cocina comedor, un lugar pequeño pero muy agradable y tan limpio como la farmacia, allí había olor a café y galletitas al horno, me ofreció unas y tuve que contenerme para comerme solo 3 porque la verdad que eran riquísimas.
Adriana mientras servía casi como la más servicial de las camareras el café, y luego se sentaba a tomarlo conmigo, me preguntaba por mis hijos.
-Bien, por suerte estudiando y sin meterse en nada raro.
-Sos de las privilegiadas.
La charla derivo hacia ella, ya que estaba segura que su vida había sido mucho más interesante que la mía, por lo que me habían contado era polaca, había venido a la Argentina unos meses antes de que empezara la 2 guerra mundial, aunque no quería preguntarle mucho al respecto ya que era sabido las innumerables tragedias que habían vivido los emigrados.
-Gracias por el café y por esperarme fuera, y por las galletitas por todo.
-Basta de tanto agradecimiento, Viviana, para mí es un placer tener con quien charlar a la mañana.
Casi se me sale decirle, y tu hijo, ella como si me hubiera divinado, me dijo:
-Bendek, es un solitario, a él le encanta estar en el laboratorio preparando las drogas o si no leyendo, desayuna incluso más temprano que yo, ambos somos madrugadores, pero a mí me gusta desayunar más tarde.
Antes que pudiera seguir contándome, se hicieron las 8 y nos fuimos ambas a trabajar.
La dinámica acordada era sencilla, yo recibía a los clientes, estos me pasaban la receta, yo se la pasaba a Adriana, esta a Bendek o si no era necesario, buscaba entre las tabletas o los frascos, la droga indicada en el papel, quien me la daba a mí ya embolsada, para que se la diera al cliente y le cobrara.
Al pasar los días cada vez me sentía más satisfecha, y cuando cobre mi primer sueldo, casi hago una fiesta, decidí ahorrar una parte y el resto gastarla en regalos, el más caro para mí marido, quien me había pagado el boleto para que pudiera viajar a estudiar, y nunca me hizo un reproche, de que las mujeres deberían quedarse en la casa, ni nada por el estilo, los demás para mis hijos, por no causarme más preocupaciones de la cuenta y el otro para Adriana, por darme el trabajo.
Era un prendedor con el símbolo de las farmacias, una copa con una serpiente rodeándola.
Este en particular era bastante grande, unos 7 metros de largo por 7 de ancho, 3 de las 4 paredes estaban repletas de grandes frascos etiquetados.
Allí me atendió un mujer de unos 60 años, ya la conocía, ella por lo general era quien despachaba, la señora era muy simpática, me contó que necesitaban una empleada de 8 horas, 4 a la mañana de 8 a 12 y 5 a la tarde de 16 a 20.
Al día siguiente me llamó para decirme que me daba el trabajo, y que comenzaba mañana.
Esa noche apenas dormí, era un nuevo comienzo para mí, una especie de prueba, la primera vez que trabajaba fuera de mi casa, que ganaría un sueldo, mi propia plata, no sabia muy bien qué ponerme así que busque entre mi ropa lo que más se parecía a lo usaba Adriana, una de las dueñas de la farmacia junto con su hijo, estos consistían en ropa clara, clásica, vestidos o polleras hasta debajo de la rodilla, zapatos con taco bajo, una camisa también clara y el pelo recogido en un discreto rodete.
Mi ropa en general era oscura, peor tenia algunas prendas claras, me las probé y lo que mejor me lucía era un vestido color crema, lo convine con unos zapatos del mismo color y me ate una cola, ya que nunca me he sabido hacer peinados muy complicados.
Adriana me estaba esperando en la puerta de la farmacia, casi me asuste al verla, ya que eran las 8 menos cuarto, y yo pensé que mi reloj se había retrasado.
-Sabia que ibas a venir más temprano, es una costumbre cuando recién se empieza un trabajo, y no quería que te quedarás afuera, pasa, vamos a tomar un café.
Adriana me hizo pasar detrás del mostrador y me condujo por una puerta hasta un pasillo angosto donde había 5 puertas más, me llevo a la 2 de la derecha, donde estaba la cocina comedor, un lugar pequeño pero muy agradable y tan limpio como la farmacia, allí había olor a café y galletitas al horno, me ofreció unas y tuve que contenerme para comerme solo 3 porque la verdad que eran riquísimas.
Adriana mientras servía casi como la más servicial de las camareras el café, y luego se sentaba a tomarlo conmigo, me preguntaba por mis hijos.
-Bien, por suerte estudiando y sin meterse en nada raro.
-Sos de las privilegiadas.
La charla derivo hacia ella, ya que estaba segura que su vida había sido mucho más interesante que la mía, por lo que me habían contado era polaca, había venido a la Argentina unos meses antes de que empezara la 2 guerra mundial, aunque no quería preguntarle mucho al respecto ya que era sabido las innumerables tragedias que habían vivido los emigrados.
-Gracias por el café y por esperarme fuera, y por las galletitas por todo.
-Basta de tanto agradecimiento, Viviana, para mí es un placer tener con quien charlar a la mañana.
Casi se me sale decirle, y tu hijo, ella como si me hubiera divinado, me dijo:
-Bendek, es un solitario, a él le encanta estar en el laboratorio preparando las drogas o si no leyendo, desayuna incluso más temprano que yo, ambos somos madrugadores, pero a mí me gusta desayunar más tarde.
Antes que pudiera seguir contándome, se hicieron las 8 y nos fuimos ambas a trabajar.
La dinámica acordada era sencilla, yo recibía a los clientes, estos me pasaban la receta, yo se la pasaba a Adriana, esta a Bendek o si no era necesario, buscaba entre las tabletas o los frascos, la droga indicada en el papel, quien me la daba a mí ya embolsada, para que se la diera al cliente y le cobrara.
Al pasar los días cada vez me sentía más satisfecha, y cuando cobre mi primer sueldo, casi hago una fiesta, decidí ahorrar una parte y el resto gastarla en regalos, el más caro para mí marido, quien me había pagado el boleto para que pudiera viajar a estudiar, y nunca me hizo un reproche, de que las mujeres deberían quedarse en la casa, ni nada por el estilo, los demás para mis hijos, por no causarme más preocupaciones de la cuenta y el otro para Adriana, por darme el trabajo.
Era un prendedor con el símbolo de las farmacias, una copa con una serpiente rodeándola.
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