Miro su oficina, era el lugar donde más tiempo había pasado en su vida, usando zapatos de tacos, vestidos oscuros, el pelo apretado en una cola o rodete, el maquillaje sutil, pero, las medias de nylon, el aire acondicionado, y la ventana con vista a todo el pueblo.
Y ya estaba cansada, ya no sentía los triunfos, ni los fracasos que tenia como empresaria, no le importaban, actuaba de forma automática, no pragmática como hasta entonces, le aburría escuchar de alianzas comerciales, exportaciones, aumentos de sueldo, seguros de vida, quería abandonar todo eso, dejar de lado las discusiones, las falsas sonrisas, el tono de voz especifico que usaba cuando se ponía en la piel de la empresaria, que de tanto llevarla, no sabia como era el otro, el de la mujer, el de la madre.
Qué soy, una empresaria, punto, ahí se termina todo, mi único logro, bueno otros no logran nada, yo logre eso, pero estoy cansada, fastidiada de eso, fastidiada de todo.
Pensó en Esteban, se estaba muriendo, vivía a fuerza de innumerables medicamentos que lo irritaban o le daban sueño, pensó en Agustín, con su vida triste, solitaria, aniñada.
A ellos no les importaba una mierda si esa empresa seguía perteneciendo a su familia o no.
En el fondo nunca fue por ellos, lo hice por mí, para demostrarme que podía, un desafió, bueno podría decir que me salí con la mía, soy una empresaria relativamente exitosa, si so existe en este país.
Pero ya se terminó, ahora quiero ser algo más, o si no no ser nada, solo una señora de casi 60 años, con bastante plata, tal vez viaje, o me consiga un tipo más joven que me saque la plata.
No entendía la necesidad perversa de extender la vida que se había hecho algo casi obligatorio en los últimos 40 años.
Esteban recordaba ver algunos viejos cuando era joven, y en general o andaban bien o se morían al poco tiempo, no los mantenían en un limbo, que más se parecía a un infierno, lleno de pastillas, enfermeras, damas de compañía, doctores, todos mirándolo con lástima o bronca, o una mezcla de ambas.
Todo porque les sirve en las putas estadísticas decir que alguien que antes vivía hasta los 70 ahora llega a los 80, como si vivir fuera esa mierda de estar lleno de medicamentos, no poder comer con sal, con azúcar, tener que tomar pastillas o meterse sondas hasta para mear, con dolores en todo el cuerpo, para qué mierda habré llegado hasta los casi 90, si hace años que no vivo, solo ando, o ni ando, respiro, y mal, qué perversión esto, qué porquería, vivir para mantener laboratorios, que encima no son capaces de descubrir la forma de hacernos vivir como la gente, no así, que estamos peor que una fruta en la heladera, pudriéndonos de a poco, perdiendo el color, el gusto, la vida, de forma lenta, parece que los hijos de puta no fueran a llegar a viejos, tal vez ese es el problema, que nadie piensa en que se convertirán en esos mismos viejos a los que maltratan o ignoran, porque la vejez es casi tan ineludible como la muerte, las personas somos tan cobardes y masoquistas que preferimos una vejez indigna, que es casi la única que hay, antes que el suicidio, y eso porque a la vejez la bloqueamos por absurda, como a la muerte, pese a que convivimos con ella, es algo molesto, que no queremos ver, en lo que no queremos pensar, por eso se maltrata o ignora a los viejos, porque representamos lo que les espera, el espejo donde nadie quiere mirarse.
Ni siquiera los propios viejos, qué de lindo tiene para uno depender de otros, ver como se pierden las facultades, ver que lo único que uno puede esperar de los demás es condescendencia.
Pero bueno, ahí sigo, yo tampoco me suicido, solo me quejo, como buen humano.
Y ya estaba cansada, ya no sentía los triunfos, ni los fracasos que tenia como empresaria, no le importaban, actuaba de forma automática, no pragmática como hasta entonces, le aburría escuchar de alianzas comerciales, exportaciones, aumentos de sueldo, seguros de vida, quería abandonar todo eso, dejar de lado las discusiones, las falsas sonrisas, el tono de voz especifico que usaba cuando se ponía en la piel de la empresaria, que de tanto llevarla, no sabia como era el otro, el de la mujer, el de la madre.
Qué soy, una empresaria, punto, ahí se termina todo, mi único logro, bueno otros no logran nada, yo logre eso, pero estoy cansada, fastidiada de eso, fastidiada de todo.
Pensó en Esteban, se estaba muriendo, vivía a fuerza de innumerables medicamentos que lo irritaban o le daban sueño, pensó en Agustín, con su vida triste, solitaria, aniñada.
A ellos no les importaba una mierda si esa empresa seguía perteneciendo a su familia o no.
En el fondo nunca fue por ellos, lo hice por mí, para demostrarme que podía, un desafió, bueno podría decir que me salí con la mía, soy una empresaria relativamente exitosa, si so existe en este país.
Pero ya se terminó, ahora quiero ser algo más, o si no no ser nada, solo una señora de casi 60 años, con bastante plata, tal vez viaje, o me consiga un tipo más joven que me saque la plata.
No entendía la necesidad perversa de extender la vida que se había hecho algo casi obligatorio en los últimos 40 años.
Esteban recordaba ver algunos viejos cuando era joven, y en general o andaban bien o se morían al poco tiempo, no los mantenían en un limbo, que más se parecía a un infierno, lleno de pastillas, enfermeras, damas de compañía, doctores, todos mirándolo con lástima o bronca, o una mezcla de ambas.
Todo porque les sirve en las putas estadísticas decir que alguien que antes vivía hasta los 70 ahora llega a los 80, como si vivir fuera esa mierda de estar lleno de medicamentos, no poder comer con sal, con azúcar, tener que tomar pastillas o meterse sondas hasta para mear, con dolores en todo el cuerpo, para qué mierda habré llegado hasta los casi 90, si hace años que no vivo, solo ando, o ni ando, respiro, y mal, qué perversión esto, qué porquería, vivir para mantener laboratorios, que encima no son capaces de descubrir la forma de hacernos vivir como la gente, no así, que estamos peor que una fruta en la heladera, pudriéndonos de a poco, perdiendo el color, el gusto, la vida, de forma lenta, parece que los hijos de puta no fueran a llegar a viejos, tal vez ese es el problema, que nadie piensa en que se convertirán en esos mismos viejos a los que maltratan o ignoran, porque la vejez es casi tan ineludible como la muerte, las personas somos tan cobardes y masoquistas que preferimos una vejez indigna, que es casi la única que hay, antes que el suicidio, y eso porque a la vejez la bloqueamos por absurda, como a la muerte, pese a que convivimos con ella, es algo molesto, que no queremos ver, en lo que no queremos pensar, por eso se maltrata o ignora a los viejos, porque representamos lo que les espera, el espejo donde nadie quiere mirarse.
Ni siquiera los propios viejos, qué de lindo tiene para uno depender de otros, ver como se pierden las facultades, ver que lo único que uno puede esperar de los demás es condescendencia.
Pero bueno, ahí sigo, yo tampoco me suicido, solo me quejo, como buen humano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario