sábado, 27 de agosto de 2016

Lo que hice de mí /13)

El lugar era muy diferente a lo que son las actuales farmacias, todas blancas y vidriadas dando la imagen de un ambiente séptico, antes se parecían más a un almacén con la diferencia de que vendían remedios, pero estéticamente coincidía mucho con estos.
Este en particular era bastante grande, unos 7 metros de largo por 7 de ancho, 3 de las 4 paredes estaban repletas de grandes frascos etiquetados.
Allí me atendió un mujer de unos 60 años, ya la conocía, ella por lo general era quien despachaba, la señora era muy simpática, me contó que necesitaban una empleada de 8 horas, 4 a la mañana de 8 a 12 y 5 a la tarde de 16 a 20.
Al día siguiente me llamó para decirme que me daba el trabajo, y que comenzaba mañana.
Esa noche apenas dormí, era un nuevo comienzo para mí, una especie de prueba, la primera vez que trabajaba fuera de mi casa, que ganaría un sueldo, mi propia plata, no sabia muy bien qué ponerme así que busque entre mi ropa lo que más se parecía a lo usaba Adriana, una de las dueñas de la farmacia junto con su hijo, estos consistían en ropa clara, clásica, vestidos o polleras hasta debajo de la rodilla, zapatos con taco bajo, una camisa también clara y el pelo recogido en un discreto rodete.
Mi ropa en general era oscura, peor tenia algunas prendas claras, me las probé y lo que mejor me lucía era un vestido color crema, lo convine con unos zapatos del mismo color y me ate una cola, ya que nunca me he sabido hacer peinados muy complicados.
Adriana me estaba esperando en la puerta de la farmacia, casi me asuste al verla, ya que eran las 8 menos cuarto, y yo pensé que mi reloj se había retrasado.
-Sabia que ibas a venir más temprano, es una costumbre cuando recién se empieza un trabajo, y no quería que te quedarás afuera, pasa, vamos a tomar un café.
Adriana me hizo pasar detrás del mostrador y me condujo por una puerta hasta un pasillo angosto donde había 5 puertas más, me llevo a la 2 de la derecha, donde estaba la cocina comedor, un lugar pequeño pero muy agradable y tan limpio como la farmacia, allí había olor a café y galletitas al horno, me ofreció unas y tuve que contenerme para comerme solo 3 porque la verdad que eran riquísimas.
Adriana mientras servía casi como la más servicial de las camareras el café, y luego se sentaba a tomarlo conmigo, me preguntaba por mis hijos.
-Bien, por suerte estudiando y sin meterse en nada raro.
-Sos de las privilegiadas.
La charla derivo hacia ella, ya que estaba segura que su vida había sido mucho más interesante que la mía, por lo que me habían contado era polaca, había venido a la Argentina unos meses antes de que empezara la 2 guerra mundial, aunque no quería preguntarle mucho al respecto ya que era sabido las innumerables tragedias que habían vivido los emigrados.
-Gracias por el café y por esperarme fuera, y por las galletitas por todo.
-Basta de tanto agradecimiento, Viviana, para mí es un placer tener con quien charlar a la mañana.
Casi se me sale decirle, y tu hijo, ella como si me hubiera divinado, me dijo:
-Bendek, es un solitario, a él le encanta estar en el laboratorio preparando las drogas o si no leyendo, desayuna incluso más temprano que yo, ambos somos madrugadores, pero a mí me gusta desayunar más tarde.
Antes que pudiera seguir contándome, se hicieron las 8 y nos fuimos ambas a trabajar.
La dinámica acordada era sencilla, yo recibía a los clientes, estos me pasaban la receta, yo se la pasaba a Adriana, esta a Bendek o si no era necesario, buscaba entre las tabletas o los frascos, la droga indicada en el papel, quien me la daba a mí ya embolsada, para que se la diera al cliente y le cobrara.
Al pasar los días cada vez me sentía más satisfecha, y cuando cobre mi primer sueldo, casi hago una fiesta, decidí ahorrar una parte y el resto gastarla en regalos, el más caro para mí marido, quien me había pagado el boleto para que pudiera viajar a estudiar, y nunca me hizo un reproche, de que las mujeres deberían quedarse en la casa, ni nada por el estilo, los demás para mis hijos, por no causarme más preocupaciones de la cuenta y el otro para Adriana, por darme el trabajo.
Era un prendedor con el símbolo de las farmacias, una copa con una serpiente rodeándola.




sábado, 20 de agosto de 2016

Lo que hice de mí /12)

Los años pasaron, se escribe, se lee y suena tan fácil, años que fueron todo menos eso.
Criar a mis 3 hijos fue algo duro, difícil, complicado, agotador, darse cuenta que la familia propia cuando es solo un concepto, es en general algo que se anhela, y que en la realidad es algo que se construye pero que a cada momento se puede ir destruyendo y hay que volver a construirla como si de un puente en pena guerra se tratara.
En cuanto a mí matrimonio, nos queríamos con Mauro, pero siempre estábamos cansados igual nos aportaba cierta paz vernos, compartir nuestro agotamiento, las veces que teníamos sexo, porque lamentablemente no se le podía llamar hacer el amor a eso, los 2 por lo menos 1 vez a la semana, estábamos juntos, yo abría las piernas y él me penetraba, eso era casi todo, los 2 cansados, aunque tampoco lo hacíamos solo por inercia, a pesar de que no había caricias previas, ni besos, y que sus manos sobre mi espalda o cadera se sentían tan ásperas como una lija, por su maldito trabajo, me gustaba sentirlo esos escasos minutos sobre mí, su piel contra mi piel.
Mis hijos crecieron en una época muy particular, pero tal vez o principalmente por vivir en una ciudad relativamente pequeña, no se vieron influenciados por la política de aquellos años, ninguno afortunadamente militó en ningún partido, ni mucho menos simpatizó con la guerrilla, o cualquiera de esas cosas, no fueron lo que en esa época se llamaría burgueses apolíticos, aunque de una pequeña burguesía, de esa que llegaba con esfuerzo a fin de mes, con un padre que se rompía el lomo para poder pagarles la universidad.
Yo aproveche ese período que también involucraba el feminismo, para ponerme a estudiar, aunque lo hice sobre todo porque a pesar de que había pasado años quejándome de lo agotada que estaba, ahora que ya no tenia a los chicos en casa, que no tenia que pasarme el día con Esther (quien se había jubilado) haciendo los quehaceres de la casa, tome el curso de 1 año para ser ayudante de farmacéutica.
Al graduarme, busque trabajo en la farmacia de unos polacos que habían abierto hacia ya varios años, se trataba de una madre y su hijo, gente eficiente a la que les había comprado los medicamentos para mis 3 hijos durante todas las enfermedades infantiles que cada uno de ellos tuvo.




sábado, 13 de agosto de 2016

Lo que hice de mí /11)

Al otro día durante el desayuno, Mauro, me dijo:
-Mi mama conoce una señora Esther.
-Ah, ¿y?
-Es de las mujeres que ayudan en la casa.
Hablar de poner una sirvienta o una señora para la ayuda de los quehaceres, en una casa que apenas si era de clase media raspando, a principios de los 60, era sinónimo de que la señora de la casa, no servía, y había que gastar de más para que las cosas se hicieran bien.
Deduje lo obvio, que Mauro me había oído por la noche, y se había quedado pensando en la forma de ayudarme, pobre la verdad que para haber sido un hombre criado en una época donde toda "buena mujer" sabia lavar, planchar, tender las camas, barrer, lavar el piso, cocinar, bordar, etc, que no me hubiera insultado, gritado o simplemente mostrarse indiferente, no él hasta había pensado una solución, yo a pesar de todo, no me quedaba de otra que aceptar, ya que tampoco se me ocurría otra opción.
-Bueno, te parece que nos va a alcanzar.
-No, te preocupes, va a alcanzar.
Ya sabia yo como alcanzaría, menos empleados en la maderera, él haciendo el trabajo de estos y cobrando lo que serían horas extras.
Me sentí una explotadora, una miserable, un personaje de novela inglesa en África o la India, donde todas esas mujeres de punta en blanco se dedicaban a pasear con sus sombrillas que ni siquiera eran capaz de llevar ellas, mientras un montón de sirvientes eran explotados para darles el gusto. 
A la mañana siguiente, vino Esther, era una señora de esas sin edad, que pueden tener entre 40 y 60 años, luego me entere por ella que tenia 49, alta robusta, aunque no gorda, fuerte, ni bien le vi las manos supe que era trabajadora, curtidas, rojas, con los muñones pelados, las uñas sin pintar, ni siquiera tenia anillos.
-Linda casa, señora.
-Por favor, llámame Viviana, y tutéame.
-Viviana, pero no puedo tutearla, señora, ya sabe soy de otra generación y usted es quien me está dando trabajo, por ahí con el tiempo, pero...
-Está bien, no se preocupe.
A los pocos minutos, me pidió que le enseñará las habitaciones, lo hice, y enseguida se puso a correr las sabanas para tender la cama, era rápida y eficiente, yo la ayudaba para no verme tan inútil, y ella, inteligente, en ningún momento me dijo, deje que lo hago yo, o para eso estoy acá, nada, me dejó hacer, enseguida me cayó bien.
Pasadas unas semanas, me desahogué con ella, era a la única persona que sentía que le podía tener la confianza suficiente para hablarle de mis penas, teniendo la seguridad que no se lo diría a nadie, y sobre todo que me comprendería.
-Nos pasa a todas, a mí no a su edad, porque no tuve hijos, pero fui la 4 de 8 hermanos, y mi pobre madre siempre estaba al borde de la locura, y peor en una casita de 2 habitaciones, no sabe lo que era eso, y peor cuando mi papa nos dejó, trate de ayudarla todo lo posible, pero murió con una cara de cansancio y amargura que nunca se me va a ir de la cabeza.
Por eso yo cuando ya tenia unos añitos, me anote de enfermera, en casa solo quedaba 1 de mis hermanos, mama y papa habían muerto, por lo que las chicas teníamos cierta libertad, aproveche e hice el curso de enfermera, no quería algún día me casaba y mí marido, hacia lo mismo que mi padre.
Igual las cosas que vi, pero bueno, una por lo menos se queda con la tranquilidad de haber podido ayudar en lo posible, qué sé yo, hacer menos dura la agonía, y no sabe como me alegraba cuando un paciente se recuperaba, o una parturienta daba a luz a un bebe sanito.
Ahí en el hospital conocí a Carlos, mi esposo, que en paz descanse, él ya estaba enfermo de tuberculosis, pero de esa recaída se salvó, pero yo ya no podía separarme de él, y por suerte él tampoco de mí, por lo que el mismo día que le dieron de alta, nos comprometimos, le pidió la mano a mío hermano, que se la dio contentísimo, una menos en la casa, ya que lo que esperaba es que todas nos fuéramos para poderse venir con su mujer, y o tener que construirse una por su cuenta.
Me llevó a vivir a una pensión, al pobre para más no le alcanzaba, además en esa casa lo casera lo trataba como a un hijo, y a mí por suerte me acepto como una hija, no anduvo con odios de suegra, ni nada.
Igual siempre planeábamos hacernos nuestra casita, aunque yo sabia que era incomposible, porque Carlos faltaba mucho al trabajo por su enfermedad, y esos días no hacia un peso, él era relojero, alquilaba un pequeño local, a veces solo le alcazaba para pagar la renta y nada más, se frustraba un montón, y a veces me decía que yo no me había conseguido un esposo, sino un trabajo extra, un enfermo más, que estaba casada con mi profesión, luego se arrepentía y me besaba las manos, pidiéndome perdón, yo lo entendía, es horrible tener una enfermedad crónica y mortal, por eso ambos decidimos no tener hijos, no queríamos que el chico fuera huérfano de padre, además qué vida le iba a poder dar yo con mi sueldito de enfermera.
Un año me duró, no sabe lo que fue cuando ya estaba en las últimas, llore tanto, maldije, grite, y el día que murió, ese mismo día renuncie al trabajo, no soportaba ve a 1 enfermo más.
Desde que hacía mencionado a Carlos, no dejaba de tocar su anillo, que colgaba en una cadena sobre su cuello.
Las 2 nos quedamos un momento llorando en silencio, y luego volvimos a los quehaceres. 


 

sábado, 6 de agosto de 2016

Lo que hice de mí /10)

Envejecí tanto en esos años, diría en esos 6 hasta que mi última hija nació, que los sentí como si fueran 20.
Las cosas hace más de 50 años, no eran fáciles, bueno no lo son ahora tampoco, pero por lo menos las mujeres pueden decirlo y reprocharle al hombre o no reprocharle, expresarle que se siente sola, sobrepasada, antes no, antes la mujer tenia que aprender a lidiar con los chicos, porque eso era su deber, su obligación, lo normal.
Y entre lo normal, estaba levantarse a hacer el desayuno, tender la cama, cambiar a los bebe, enseñarle al más grande a caminar, a comer, a hablar, lavar pañales y en esa mierda de tabla que yo la odiaba, que me hacia pedazos las manos y la espalda, temblando de frió en invierno, y transpirando como una cerda en verano, ir con todos mis hijos a comprar la fruta, la verdura, la carne, volver y preparar todo, mientras vigilaba que Victor no tocara nada, o se cayera, o se quemara, ni manchara las paredes, que la bebe y luego la nena y la bebe cuando nació mi última hija, estuvieran bien, que no se pasara la comida, ni mucha ni poca sal, y además de todo eso tratar de tener la casa limpia, repasar los muebles.
Tenia 23 cuando me empezaron a salir canas, por suerte pocas y solo me di cuenta un día que milagrosamente todos los chicos se habían dormido sin joder mucho, y tuve tiempo para cepillarme el pelo tranquila, me reí y luego llore en silencio, para no despertar a Mauro.
Esto que voy a escribir me cuesta hasta reconocérmelo a mí misma, pero en ese momento odie a mis hijos, me sentí un montón de basura que soplo estaba en el mundo para alimentar a esos cerdos que eran ellos, seres que vivían ensuciando, gritando, llorando, con sus garras sobre mi vestido.
Pensé en tantas cosas en ese momento, desde agarrar la poca ropa que tenia e irme a la mierda, cosa que la verdad hacían varias mujeres en esa época, en todas las familias había una hermana, una tía o en el peor de los casos una madre, que se había ido, dejando a todos sus hijos, que luego como brazas calientes eran distribuidos por el padre en las casas de sus hermanos  abuelos, tíos o vecinos cercanos.
Yo entiendo que esos hijos se criaran con un  gran resentimiento hacia sus madres, pero lo de ellas también es comprensible, se sentían atrapadas, rotas, y al primer sinvergüenza que les decía 1 palabra bonita, se iban corriendo y con la lengua afuera como los perros de la calle, igual para las pobres infelices ese remedio era peor que la enfermedad, ya que en el mejor de los casos, terminaban repitiendo patrón, con el tipo que se habían ido, llenándose de otro montón de chicos, nada más que viviendo en condiciones más precarias y siendo juzgadas por todo el mundo, al no estar casadas y ni hablar si alguien se enteraba de lo que habían hecho, la miraban como a una paria, y en el peor, el amante resultaba un hijo de puta, que las terminaba prostituyendo y morían de alguna golpiza propinada por el amante o por alguno de los clientes, sino por alguna enfermedad venérea.
Yo sabia todo eso, además si me iba la culpa no me dejaría vivir, por lo que la única salida era el suicidio, y lo pensé, pero me detuvo la vergüenza, no quería que mis hijos crecieran sabiendo que su madre se había suicidado, tampoco me parecía justo con Mauro, por eso para olvidarme de todo, me desnude y me metí bajo la ducha, dejando que el agua corriera esas ideas de mi mente, me tomé un té, y me acosté.